domingo, 16 de noviembre de 2008

Dulce suspiro (parte 2)

No hay humanos, no hay ese calor humano, aquel que me hace sentir cómodo, aquel que me hace sentir que no estoy solo, que no soy el único de mi tipo. No soy uno de esos osos polares ni un duende danzante. No soy una sirena, no soy comestible, eso espero.

Un frío recorre mi espalda, tengo miedo y mucho. Soy el extraño acá, no soy lo cotidiano, soy el invasor, el elemento de desequilibrio, el cambio. Me siento desesperado, no tengo dónde ocultarme, cada lugar es más feliz que otro y francamente estoy encontrando este sitio muy macabro.

Me siento atrapado en una de esas máscaras griegas de felicidad. Esa que es una constante agonía, esa que es tan feliz que no es natural, esa que realmente incomoda y asusta.

Entonces veo un edificio echando humo. Humo, lo que desentona en este aire rosa y limpio.

¡Hogar!

Pues no, al entrar en la fábrica no pierdo el tiempo y busco algún indicio de humanos. Subo hasta el tercer nivel, nada. Escucho risas, risas humanas, risas imperfectas, risas incomodas, risas naturales.

Entro en la habitación…veo humanos, nunca he visto tantos, todos apretados, sucios, nerviosos. Veo unas sillas, veo unas máscaras, veo como duendes y mimos dementes extraen la risa de los humanos, exprimiéndoles su felicidad, hasta la muerte. Los cuerpos son transformados en pasta, y esa pasta es transformada en caramelo, y ese caramelo es repartido entre este maldito macabro mundo rosa. La risa, la emoción, es embotellada y usada como alimento para las criaturas fantásticas, el cabello, las uñas y los dientes son molidos y transformados en escarcha, esa que decora las ventanas.

¡Quiero salir, quiero salir! Cierro los ojos…nada, ¡estoy atrapado! Tengo miedo, tengo frío, me siento solo, me siento horrible, me siento egoísta, me da miedo ir a ayudarlos, me da miedo salvarlos.

Me siento en un rincón en posición fetal, llorando, cierro los ojos de nuevo y espero salir de aquí.

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