domingo, 2 de noviembre de 2008

La reina y el plebeyo

Me enamoré de ti. Fue tan simple como eso.

Caminaba por las calles humedecidas por los últimos días de otoño, con las manos dentro de los bolsillos, la solapa del saco viejo tirada hacia arriba, un cigarrillo entre los labios y la mirada perdida entre las montañas de concreto.

Y de repente, la vio. Su belleza atemporal, parecía confundirse con aquellas estatuas griegas, tan inaccesibles, tan majestuosas. Sus labios rosa, sus ojos café, la tonalidad de su piel, el brillo de su cabello, la profundidad de su mirada. Nada podía hacer evitar que el sentimiento crezca: la vio, pestañeó, y la amó.

Quiso llamar su atención, más todo intento fue en vano. ¿Cómo ella podría fijarse en un simple plebeyo?

Permanecía estática, melancólica por ratos. Pasaban las horas, y él, empañaba el vidrio, observándola.

Siempre volvía por más. Sus ojos se ajustaron a buscarla en las noches, en el plato de cereal, en las cenizas, en los troncos de los árboles. Las miradas de los demás eran comparadas con la de su amada. Ninguna tan bella, tan profunda y a la vez efímera.

Nadie comprendería ese amor. El recorrido hasta llegar a ella era exhaustivo, pero siempre sus ojos estaban esperándolo.

Soñaba con arrancarle las medias en un despliegue de pasión, besarle las manos, la parte trasera de las rodillas y encontrar formas con los lunares de su espalda.

Y ella permanecía inmóvil, nunca lo miraba, nunca lo incitaba, nunca lo llamaba, ella se sentaba en su trono y él le besaba los pies.

Pensó en fugarse con ella, pensó que tal vez ella necesitaba su ayuda para escapar de la cárcel de vidrio, pensó que tal vez ella siempre lo estuvo llamando. ¿Cuántas fueron las veces en que pasó sin saludarla, sin observarla, mientras ella lo llamaba con fervor?

¡Todo fue mi culpa! ¡Perdóname, soy un perfecto idiota, un ciego, un imbécil!

Llorando, suplicando, se arrodilló frente a la reina y juró liberarla.

Se desveló ideando el plan perfecto. Todo tenía sentido, toda medida había sido tomada, todas las posibilidades de fracaso habían sido abordadas.

Esa mañana, caminó a paso apresurado, sin correr, no quería verse sucio para ella. Se dirige hacia esos dulces ojos que lo están esperando.

Algo andaba mal, esa mirada era extraña, esos labios no eran rosa, esos ojos no eran café, esa piel ahora era tosca, las facciones plásticas, el cabello opaco.

Y nunca más supo de ella.

Aún continúo buscándote en las noches, en el plato de cereal, en las cenizas, en los troncos de los árboles.

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