sábado, 13 de septiembre de 2008

Delirio en el 2-E (segunda parte)

Era protagonista de un juego macabro. Me encontré en un pasillo hecho de paredes de café. Por donde volteara había café . Arriba, abajo, a los costados, inclusive un muñeco danzante en forma de grano de café. Había entrado en otro mundo, no esperaba tener esta mañana. Comenzé a dudar si mis ansias de tomar esta bebida eran verdaderas, pero un impulso eléctrico que activó nuevamente mis glándulas salivales me reafirmó mi objetivo.

Era simple:

1) Agarrar una bolsa de café de cualquiera de los estantes.
2) Llevarlo a la caja para posteriormente pagarlo.
3) Forzar un par de conversaciones con la cajera y una sonrisa falsa
4) Llevarlo a mi casa, prepararlo y saciar mi sed.

Probablemente tan simple, que hizo de esta tarea casi imposible. No sé por dónde mirar, y mucho menos, qué café escoger. Por lo general siempre tomo el café que compro en la tienda de la anciana. Sólo vende una marca, y no soy quisquilloso. Sin embargo en este nuevo mundo del pasillo 2-E, existían, no sólo la marca a la que estaba acostumbrado, sino 20 marcas distintas, cada una estratégicamente forrada en una caja pidiendo que la compres. Decidí optar por mi marca habitual. No tenía nada que perder. Extendí mi mano para tomarla, cuando mis ojos se desviaron hacia la izquierda, donde una caja con colores llamativos, un sol sonriente y muchachos riéndose, captó mi atención. “Una nueva experiencia de café”, proclamaba el eslogan. No tenía intenciones de probar una nueva experiencia con una bebida que me causaba comfort, por el hecho de ser la misma todos los días. Era una sorpresa menos. Mis ojos volvieron a mi marca, una caja azul con las fotos de unas montañas, simple y cálida.

Una vez más sentía el llamado de los colores, sólo que ahora no provenía de una caja, sino del uniforme de una señora que estaba repartiendo café. Mis objetivos se iban a cumplir más rápido de lo que pensaba. Me acerco, me sonríe, me muestra la marca, me sonríe aún más y se forman tres arrugas en sus cachetes. Tomé el vaso y bebí el café. Era delicioso. Mejor que mi café habitual.

Lamentablemente, entré en un estado cavernícola e inmediatamente quise otro. Tras beber 3 tazas más, la sonrisa de la señora se iba desvaneciendo y ahora esas tres arrugas, pasaban a su frente. Intuí que quería que tomara una bolsa y la comprara. –No se arrepentirá, se lo prometo- y su sonrisa volvió.

Una ola de frío arrebató mis ansías y comencé a dudar. -¿Por qué tengo que confiar en ella? No la conozco, no sabe que me gusta, tan sólo intenta vender. Tal vez ese café no sea el mejor de todos-. Dejé la bolsa, y continué en mi búsqueda.

Los colores parecían más vívidos, cada caja contenía un mundo de sorpresas con frases pegajosas, promesas persuasivas, caricaturas y sonrisas. Era un universo de magia y utopía, que sin embargo lo encontraba macabro, ya que debía elegir uno de esos mundos y dejar los otros y quedarme con la latente duda si habré tomado el café adecuado. Entonces mi café nunca más sabrá a café. Sabrá a una elección, que decidí tomar, por lo que si fuera insatisfactoria sería completamente mi culpa y habría arruinado mi mañana. Mi café ya no sería perfecto, ya que ahora tendría que compararlo ¿y si al compararlo hallo uno aún más perfecto y éste tendría a su vez un contrincante más perfecto? ¿Qué hay de las tiendas naturistas? Estas venden café orgánico, dicen que es un sabor más puro. Antes no me importaba, pero ahora, al darle nuevo conocimiento a mis papilas gustativas, éstas me piden más, me piden novedad, me piden: cambio.

Decidí cerrar los ojos y tomar cualquier caja, así si el resultado no era el que esperaba, culparía al universo y mi carga sería compartida. Abro los ojos y tenía entre mis dedos una caja verde y púrpura. Me quedé en silencio y fui a la caja. La pagué, hablé del clima, sonreí, con odio, culpándola por ser miembro de este macabro juego.

Salí del supermercado y el sol resplandecía. Le pregunte a un niño qué hora era: -12:30, señor-.

La mañana había terminado, y con ésta mis ganas de tomarme un café. Me dirijo hacia mi casa y miro a la bolsa, suspiro y continuó caminando. Tengo ganas de un jugo de naranja.

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