jueves, 11 de septiembre de 2008

Gris

A veces tiendo a sentarme al borde del malecón. Hoy fue un día de aquellos. No había sol, pero podías sentir como trataba de salir entre en las nubes grises.

Lima es verdaderamente una ciudad gris.

El cielo no tiene un color definido, por lo que no puedes distinguir qué hora es o en qué momento estas. Vengo aquí por que el tiempo se detiene, y yo me detengo con él, me dejo arrastrar y perder en este espacio atemporal.

No siento frío, aunque el viento soplando trate de fomentarme esta idea. Veo mis piernas suspendidas saludando al piso con cierta picardía. Se me acalambran y dejo de sentirlas. Ahora me encuentro pegado a este espacio, donde mis piernas decidieron anidar y dormir. No tengo nada que hacer, por lo que continúo observando. El mar se encuentra estático y se confunde con el cielo. No veo ningún horizonte, mas bien, me siento encerrado en un cuarto gris.

Justo cuando empiezo a sucumbir frente a esta idea veo un grupo de velas salir de la nada. La neblina las cubre, dándoles un aspecto casi fantasmagórico. Trato de imaginarme la vida en esos barcos, las historias, las tragedias, las despedidas. Algo dentro de mí impide que vaya más allá, no quiero nada de ellos.

Siento un hormigueo en mi pierna derecha, como si despertara de un largo sueño. Luego de un rato vuelve a dormirse, a hacerle compañía en los sueños a la izquierda.
A si como salieron los barcos de la niebla, retornaron a esta y desaparecieron. –No quiero nada de ellos- continúo repitiendo, ahora con una sensación amarga en la boca. Probablemente no sería un buen marinero, no les sirvo.

Volteo y miro al parque, hay niños corriendo, probablemente sean las 4, hora preferida para que salgan. Corren, gritan, sonríen. Trato de ubicar el momento en mi vida en el que dejé de ser verdaderamente niño, ese momento en el que no entiendes la magnitud del mundo y cualquier momento se convierte en tu propio mundo y lo disfrutas como si fueras el creador de ese gran momento. Probablemente fue cuando me senté a un lado y dejé que el mundo gire sin mí.

El mar comienza a mecerse y mis piernas lo acompañan, siento el hormigueo nuevamente, pero ahora despiertan. Respiro el aire de mar, me paro y camino hacia mi casa.

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