jueves, 25 de septiembre de 2008

Fiebre

Sus ojos se abrieron y ardían, tuvo que cerrarlos e intentar abrirlos de nuevo. Mientras más los abría más ardían y mientras más pensaba en el dolor de abrirlos, le ardían cerrados. Su ceño se fruncía y permanecía en ese estado dibujando un camino en su frente por donde las gotas de sudor transitaban hasta caer por sus orejas y terminar en la almohada, empapándola. Sentía la nariz seca y cada inhalación era como aspirar fuego. Sus labios se agrietaban mientras que dentro de su boca la saliva era magma que caía en las inflamadas amígdalas.

Dentro de su mente sus pensamientos se encontraban en una maratón. Lo agobiaban, lo irritaban, le dolía pensar. Cada imagen era una aguja clavándose en su sien. Se sentía atontado, frío, aunque su cuerpo ardía en llamas.

Encontraba las sábanas como una pieza de mimbre, raspando su cuerpo y erizando cada cabello de éste. Las removió con asco pero pronto sintió una ola de frío intensa. No encontraba una posición cómoda, era como si su cuerpo atentara en su contra y se rehusara a cooperar.

Las manos y los pies estaban hinchados, no lograba cerrar los dedos hasta que poco a poco dejó de sentirlos. Por su espalda fluía un río electrizante que lo encorvaba. Su colchón parecía tierra y el era un saco.

Intentó sorber un poco de agua del vaso que había estado toda la noche en la mesa. Le costó tragar. No tenía hambre ni sed.

Pronto, su cuerpo empezó a remecerse y temblar. Se encogió hasta llegar a una posición fetal y espero a que el dolor disminuyera lo suficiente como para levantarse y medicarse.

Intentó llamar a alguien, pero se quedó con el auricular en la oreja y el sonido en off.

No tenía a quién llamar.

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