miércoles, 24 de septiembre de 2008

Susurros

Cotidiano regresó de un largo paseo por las calles de la ciudad, era tarde y verano, el sol vestía a los edificios de una gama de amarillos y naranjas, la brisa remecía las hojas de los árboles y flotaba en el aire un sentimiento de nostalgia. El amaba estos paseos, y como es de costumbre llegó a su hogar con una ligera sonrisa naciendo del costado derecho de sus labios. Entró a su casa después de dar un último vistazo a las calles y cerró la puerta lentamente. Como siempre dejó sus llaves a un lado, colgó su casaca en el perchero y comenzó a removerse las zapatillas.

En ese acto, de repente, un zumbido agudo atacó su oído. Era como si una mosca hubiera decidido dar un paseo por su canal auditivo. Intentó abrir y cerrar la mandíbula, como le había enseñado su abuela, pero sólo consiguió empeorar su situación. Con la mandíbula dislocada y un zumbido mortal en la oreja, Cotidiano corrió hacia un espejo para intentar visualizar su oreja y tratar de ubicar el problema. No encontró nada, su oído esta normal, no tenía obstrucción alguna, no había intrusos, todo se encontraba normal.

La desesperación comenzó a atacarlo, y como pasa en esos momentos de pánico, encontró una solución que lo había ayudado en el pasado cuando sus oídos se cerraban por la presión: bostezar.

No era cualquier bostezo, debía ser uno lo suficientemente poderoso para acabar con su tortura. Los primeros intentos fueron desastrosos, hasta que por fin llegó el gran bostezo.

El zumbido había desaparecido. Aliviado, Cotidiano se recostó en su sofá miró hacia el techo y observó a una polilla aleteando dándole círculos al foco de luz tenue. Juró por un segundo que podía escuchar el aleteo como si fuera el de una paloma.

Sintió unos pasos, asustado, sus ojos dieron un rápido recorrido por el perímetro. No había nadie. Los pasos continuaban. Dirigió la cabeza al piso, y se encontró con una fila de hormigas. Podía escuchar sus pasos, como crecían y decrecían a medida que se turnaban el pedazo de pan que habían encontrado.

Asombrado por esta nueva cualidad, comenzó a pasearse por su casa intentando escuchar más. No quiso salir, al sentir que se haría daño, ya que los sonidos de la ciudad serían intolerables. No quiso hablar, ya que tal vez el sonido de su propia voz rompería sus tímpanos. Simplemente se sentó y escuchó.

Descubrió un nuevo mundo, que antes le había sido indiferente. Cada sonido correspondía a una nueva criatura. Algunas lo aterrorizaban, como los ácaros que roían las fundas de su almohada o los gusanos masticando el último melocotón en el frutero.

Sin embargo estaban esos. Esos sonidos que lo dejaban boquiabierto, como el susurro del viento al entrar sutilmente por la ranura de la puerta. La marcha casi perfecta de las hormigas que lo guiaron hasta su madriguera, una villa militar sumamente organizada. Las arañas que parecían cantar al tejer sus dulcemente letales hogares y el hipnotizante silbido de las moscas, de las cuales con oídos normales, escuchaba un ruido molesto, pero ahora descubría un sin fin de melodías.

Poco a poco Cotidiano fue cayendo en un trance, fue arrullándose y entre suspiros soltó un largo y pronunciado bostezo. Sus oídos volvieron a ser humanos, el nuevo mundo había desaparecido y con él su basta gama de sonidos. Cotidiano se sintió extrañamente solo.

No hay comentarios: