Otro día. Una vez más se repite el ciclo: despertarme, bañarme, desayunar, todo para tener siempre un mismo resultado. Otro día ¿algo nuevo? Eso creo. Tengo la latente duda de que me olvido de algo. Me paro de la cama, ¿Qué tenía que hacer hoy?
Siempre ha sido lo mismo. Mi mamá no se cansaba de repetírmelo: “hijito, por favor, tienes que acordarte de las cosas. Así fue como murió tu hámster, así repruebas tus exámenes, así te quedaste sin pareja, así se murieron las rosas del jardín…”. No recuerdo el resto, ya que para ese entonces entraba en un estado vegetal, en el que mi madre hablaba y yo la veía mover sus labios, sin recibir mensaje alguno. No es que habláramos distintos idioma, como normalmente los psicólogos te dirían, mas bien es que simplemente, no la escuchaba, por ende me era imposible responder o aparentar un gesto de aceptación.
El hecho de que ese discurso haya vuelto a mi mente hoy, me es inusual. Definitivamente me estoy olvidando de algo.
Decido pues, entrar a la ducha. Así como fue cayendo el agua hacia mi cabeza, las ideas, recuerdos y proyectos cayeron también en ésta. Tengo cita con el dentista.
Por supuesto que la hora era un misterio. Había escapado de mí a los 5 minutos de haber concordado la cita. Debería de traer una agenda conmigo, pero eso implicaría que debería de traer una especie de morral, el cual no tengo, por lo que debería de comprarme uno, pero no tengo tiempo, así que tendría que posponerlo, y como no tengo agenda no lo apuntaría, entonces, no lo recordaría.
Debo encontrar la tarjeta. En mi búsqueda logre clavarme 5 astillas en el dedo y sacar varios papeles que no tenían significado para mi. Reconozco que guardo papeles inservibles, aunque son especiales, ya que de todos los papeles que he recibido en mi vida, guardo éstos. Ahora, que recuerde por qué son especiales es otra cosa. Tal vez por eso los guarde.
“Su cita es a las 10:30, lo esperamos”. Ahora tengo exactamente 30 minutos para alimentarme y llegar. Sólo puedo tomarme un desayuno rápido que satisfaga mi necesidad de energía mas no mi hambre. Me llevaré un paquete de galletas, aunque si lo hago, comeré las galletas en el carro, lo cual implicaría que llegaría con los dientes sucios y no sería una buena idea ir al dentista con los dientes sucios. Además no me imagino lo que sería para el dentista ver unos dientes llenos de galleta enterrada en las encías y en las muelas. Una imagen un tanto pintoresca. Sin embargo, debería de estar acostumbrado, es parte de su oficio, a si como muchos, que tienen un lado repugnante o incómodo que para ellos es normal, por que es su trabajo y están acostumbrados, pero para los ojos externos es realmente asqueroso.
Me llevaré una manzana.
Llego y son exactamente las 10:35 a.m. Una señorita con una voz tan alegre que encuentro irritante me indica que debo sentarme a esperar mi turno. Esperar, esperar…esperar.
Es curioso ver como el tiempo se detiene cuando esperas. Trato de entretenerme buscando algún tipo de distracción. De repente siento una mirada. Son los ojos de un niño que me mira lejano. Siento en su mirada la misma necesidad de distracción que la mía. En cierto aspecto, lo comprendo. Me siento acompañado, los dos lo sabemos como si guardáramos un secreto de los demás que parecen inmersos en este lugar.
Cada persona tiene una mirada: hostil, amigable, enojada, asustada, ansiosa etc. En cierto modo cada uno sabe el destino que les espera en las manos del dentista, por que están concientes de los pecados que han cometido. Descubrí, también, que las personas buscan diversas maneras de entretenerse. Algunas fuerzan conversación con el vecino. No les importa ser escuchados, más bien se cobijan en las palabras dando signos de una comodidad bastante egoísta. Algunos llevan a sus parientes, garantizándose distracción y conversación. Otros llevan lecturas, sin embargo, puedo distinguir dos tipos de lectores: los interesados y los inseguros.
Los interesados, verdaderamente cultivan su amor a los libros, o cumplen con sus deberes. Se puede ver en su rostro este sumergimiento en los mundos de los libros. Parecen distantes, como si no estuvieran en la sala de espera. Los inseguros usan al libro como salvavidas, no es un pasatiempo, mas bien es momentáneo, nacido por necesidad para no enfrentar la espera. Puedo notarlo en sus rostros que se levantan continuamente esperando encontrar en los ojos de la recepcionista el llamado que le pondrá fin a su espera. Hay algo en sus ojos que indica miedo al tiempo muerto, ese tiempo donde el protagonista eres tú y él. No tienes tus salvavidas ni recursos, estas tú, contigo.
Siempre estarán esas personas que no le temen al tiempo de espera, al tiempo muerto. La espera corroe al hombre, ellos parecen inmunes a ésta. Son unos verdaderos guerreros manteniéndose estáticos, cambiando con el tiempo. Sus pensamientos deben ser lo suficientemente poderosos para ser lo único necesario para sobrepasar esta espera.
Me encantaría poder llegar a ese estado. Cierro mis ojos tratando de llegar. Siento una mano posada en mi hombro y una voz tan alegre que encuentro irritante “Adelante, el doctor lo está esperando.”
Siempre ha sido lo mismo. Mi mamá no se cansaba de repetírmelo: “hijito, por favor, tienes que acordarte de las cosas. Así fue como murió tu hámster, así repruebas tus exámenes, así te quedaste sin pareja, así se murieron las rosas del jardín…”. No recuerdo el resto, ya que para ese entonces entraba en un estado vegetal, en el que mi madre hablaba y yo la veía mover sus labios, sin recibir mensaje alguno. No es que habláramos distintos idioma, como normalmente los psicólogos te dirían, mas bien es que simplemente, no la escuchaba, por ende me era imposible responder o aparentar un gesto de aceptación.
El hecho de que ese discurso haya vuelto a mi mente hoy, me es inusual. Definitivamente me estoy olvidando de algo.
Decido pues, entrar a la ducha. Así como fue cayendo el agua hacia mi cabeza, las ideas, recuerdos y proyectos cayeron también en ésta. Tengo cita con el dentista.
Por supuesto que la hora era un misterio. Había escapado de mí a los 5 minutos de haber concordado la cita. Debería de traer una agenda conmigo, pero eso implicaría que debería de traer una especie de morral, el cual no tengo, por lo que debería de comprarme uno, pero no tengo tiempo, así que tendría que posponerlo, y como no tengo agenda no lo apuntaría, entonces, no lo recordaría.
Debo encontrar la tarjeta. En mi búsqueda logre clavarme 5 astillas en el dedo y sacar varios papeles que no tenían significado para mi. Reconozco que guardo papeles inservibles, aunque son especiales, ya que de todos los papeles que he recibido en mi vida, guardo éstos. Ahora, que recuerde por qué son especiales es otra cosa. Tal vez por eso los guarde.
“Su cita es a las 10:30, lo esperamos”. Ahora tengo exactamente 30 minutos para alimentarme y llegar. Sólo puedo tomarme un desayuno rápido que satisfaga mi necesidad de energía mas no mi hambre. Me llevaré un paquete de galletas, aunque si lo hago, comeré las galletas en el carro, lo cual implicaría que llegaría con los dientes sucios y no sería una buena idea ir al dentista con los dientes sucios. Además no me imagino lo que sería para el dentista ver unos dientes llenos de galleta enterrada en las encías y en las muelas. Una imagen un tanto pintoresca. Sin embargo, debería de estar acostumbrado, es parte de su oficio, a si como muchos, que tienen un lado repugnante o incómodo que para ellos es normal, por que es su trabajo y están acostumbrados, pero para los ojos externos es realmente asqueroso.
Me llevaré una manzana.
Llego y son exactamente las 10:35 a.m. Una señorita con una voz tan alegre que encuentro irritante me indica que debo sentarme a esperar mi turno. Esperar, esperar…esperar.
Es curioso ver como el tiempo se detiene cuando esperas. Trato de entretenerme buscando algún tipo de distracción. De repente siento una mirada. Son los ojos de un niño que me mira lejano. Siento en su mirada la misma necesidad de distracción que la mía. En cierto aspecto, lo comprendo. Me siento acompañado, los dos lo sabemos como si guardáramos un secreto de los demás que parecen inmersos en este lugar.
Cada persona tiene una mirada: hostil, amigable, enojada, asustada, ansiosa etc. En cierto modo cada uno sabe el destino que les espera en las manos del dentista, por que están concientes de los pecados que han cometido. Descubrí, también, que las personas buscan diversas maneras de entretenerse. Algunas fuerzan conversación con el vecino. No les importa ser escuchados, más bien se cobijan en las palabras dando signos de una comodidad bastante egoísta. Algunos llevan a sus parientes, garantizándose distracción y conversación. Otros llevan lecturas, sin embargo, puedo distinguir dos tipos de lectores: los interesados y los inseguros.
Los interesados, verdaderamente cultivan su amor a los libros, o cumplen con sus deberes. Se puede ver en su rostro este sumergimiento en los mundos de los libros. Parecen distantes, como si no estuvieran en la sala de espera. Los inseguros usan al libro como salvavidas, no es un pasatiempo, mas bien es momentáneo, nacido por necesidad para no enfrentar la espera. Puedo notarlo en sus rostros que se levantan continuamente esperando encontrar en los ojos de la recepcionista el llamado que le pondrá fin a su espera. Hay algo en sus ojos que indica miedo al tiempo muerto, ese tiempo donde el protagonista eres tú y él. No tienes tus salvavidas ni recursos, estas tú, contigo.
Siempre estarán esas personas que no le temen al tiempo de espera, al tiempo muerto. La espera corroe al hombre, ellos parecen inmunes a ésta. Son unos verdaderos guerreros manteniéndose estáticos, cambiando con el tiempo. Sus pensamientos deben ser lo suficientemente poderosos para ser lo único necesario para sobrepasar esta espera.
Me encantaría poder llegar a ese estado. Cierro mis ojos tratando de llegar. Siento una mano posada en mi hombro y una voz tan alegre que encuentro irritante “Adelante, el doctor lo está esperando.”
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